Nos hemos enterado por la revista consumer, que no es muy aconsejable un consumo frecuente de chorizo, lo cual ya sabíamos por su alto contenido de grasas.
En los tiempos en que vivimos el embutido en general, se ha convertido en una especie de «comodín», es decir cuando no tenemos tiempo para prepararnos la comida o cena echamos mano de ellos por rapidez y comodidad.
Alrededor del 40% de la carne del chorizo es grasa y eso hace que durante siglos haya sido el sustento alimenticio de buena parte de la población, que tenía en este embutido una de las fuentes de lípidos y proteínas más importantes de su dieta.
Sin embargo, el ritmo de vida actual ha cambiado las tornas, y lo que antaño era una ventaja se ha vuelto su principal lacra: el chorizo es un alimento muy calórico, con mucha grasa y, lo que es peor, con un gran porcentaje de ella saturada (‘la mala’).
El chorizo industrial, es un embutido crudo y curado que se prepara con carne de cerdo (a la que se puede añadir vacuno) y tocino o grasa de cerdo que se condimenta con sal, pimentón y otras especias (que actúan como conservantes) y aditivos autorizados (como los nitritos, los potenciadores del sabor o los colorantes).
Estos ingredientes se amasan y embuten en tripas al vacío (para la categoría Extra deben ser naturales) tras lo cual se someten a un proceso de maduración con o sin ahumado que dura un mes si el chorizo es artesanal y quince días si es industrial.
Cuando el diámetro de la tripa es superior a 22 milímetros se denomina chorizo, y si es inferior longaniza, aunque en muchos lugares el nombre no indica su grosor.
Los chorizos se pueden presentar en vela (rectos y alargados), en ristra (pequeños chorizos atados entre sí) y en sarta (en forma de uve).
Lo que si que es cierto que de vez en cuando un buen bocadillo de chorizo (mejor si es casero y con un buen pan) sienta de maravilla. Con moderación, no hay alimento malo.