Una mala dieta por parte de la madre durante el embarazo, condiciona la estructura del cerebro del feto y provoca graves consecuencias.
Después del reciente nacimiento que hemos tenido en nuestro hogar y, tras pasar los nueve meses reglamentarios de embarazo, la feliz mamá engordó 13 kilos en todo el proceso.
A base de una buena alimentación donde no faltó ningún tipo de alimento, es más, buscó preferentemente verduras, frutas, pescado, carne blanca y productos lácteos.
El peso medio que los expertos aconsejan ganar a las embarazadas es de nueve kilos en nueve meses, dependiendo luego de cada caso y cada tipo de mujer.
Con esta recomendación en la cabeza, la principal preocupación de todas las gestantes, como reconoce Rosa Ortega, catedrática de Nutrición de la Universidad Complutense de Madrid, «es no coger más kilos de los necesarios».
El embarazo es una etapa vulnerable desde el punto de vista nutricional, porque las necesidades son más elevadas y difíciles de cubrir y los desequilibrios en la alimentación pueden tener repercusiones más graves que en otras etapas de la vida, porque afectan a la madre pero también al descendiente.
Por eso, afirma esta experta, que no basta con que la embarazada coma más, sino que debe modificar su dieta, eligiendo aquellos alimentos más apropiados para su estado, ya que si no, en su afán por lograrlo pueden llegar a tener desequilibrios nutricionales que les pasarán factura a largo plazo.
Durante el reciente seminario sobre «Nutrición y cerebro» que se ha celebrado en Altea, los especialistas congregados han insistido en que la alimentación de las gestantes condiciona el desarrollo y la función del cerebro de los bebés. Además, confirman que la situación nutricional previa con la que se empieza el embarazo no suele ser la óptima».
Los nutrientes con más impacto sobre el desarrollo cognitivo del bebé durante la gestación son: proteínas, hierro, yodo, zinc, cobre, selenio, ácidos grasos (ALA, DHA y EPA), vitamina A y vitaminas del grupo B (B1, B6, B12, folatos). Según Rosa las deficiencias de estos nutrientes afectan al cerebro del feto, pero dependen del momento en el que aparezcan y de la gravedad de las mismas, ya que el último trimestre de gestación es especialmente crítico para el futuro bebé.
Por ejemplo, la deficiencia de ALA (un ácido graso) afecta a la agudeza visual y al rendimiento cognitivo de los niños; las deficiencias de vitaminas del grupo B provocan fatiga, nerviosismo, depresión e irritabilidad; y la carencia de proteínas se relaciona con déficit globales y específicos de algunas áreas del cerebro, como el hipocampo o la corteza.
Entre los nutrientes esenciales para el desarrollo cerebral del bebé destaca el ácido docosahexaenoico (DHA), un ácido graso Omega 3. A través de la placenta, la madre traslada al feto este ácido graso vital, por lo qué, según explicó la doctora, es muy importante que la embarazada consuma suficiente para no quedarse ella sin reservas.
Asimismo otros estudios han señalado que la carencia de DHA de la madre puede ser un importante condicionante de la depresión posparto.
La educación nutricional de las embarazadas debe asegurar que toman suficiente cantidad de DHA, sin embargo, la ingesta de éste y otros ácidos Omega 3 son insuficientes en Europa.
El consumo de pescado azul, que es uno de los alimentos que contiene Omega 3 de forma natural, se ha reducido en las embarazadas, principalmente por el miedo al mercurio.
Otros productos que contienen DHA son los aceites de algas y de hongos, las vísceras y carnes, el huevo y la leche materna.
La relación entre la alimentación y el desarrollo cognitivo del niño es muy importante, ya que al nacer el peso del cerebro es el 70% del de un adulto y a los cinco o seis años ya se ha completado el crecimiento cerebral.
Más info y vía: dmedicina.com